Unos días antes del 6 de diciembre de 1998 escribí este pequeño cuento, aturdido por un ambiente social febril, disparatado, que ya abrumaba al post-adolescente de entonces, tanto como unos temores íntimos de otra índole, no menos atemorizantes. Por fortuna, estos últimos resultaron infundados, no así los públicos, que terminaron por enterrar al país en su etapa más oscura, aún sin cesar.

Quise combinar esos miedos privados y públicos en una historia torpe, irónica y díscola, donde se expusiera el sueño de la razón que embargaba a la población y cómo aquello representaba, sin duda, el fin de la nación que había conocido.

Este cuento fue publicado, unas semanas más tarde, en un magazine digital de Baja California, llamado Abracadáver. Recuerdo con mucho cariño esa selección.

Lo transcribo sin revisión, soñando conque esa triste y tenebrosa época, que nacía justo 20 años atrás, termine de una vez por todas.

 

 

A SALVO ENTRE BOINAS Y VAINAS

por Víctor Ojeda Gallego

 

Esa noche, no sé por qué razones, decidí hacerlo. No lo planeé. Apenas un destello y, luego, el disparo.

Miguel lo cuenta mejor que yo. Debe ser porque fue él quien, en un principio, dio pie a la idea. Él está aquí por simples averiguaciones, pues a mí ya me hicieron la prueba de la parafina y di positivo. Qué más van a buscar. Seguro lo encanan por autor intelectual o alguna otra verga. A mí me gustaría y a la vez no. Miguel es pana, pero no quiero entrar solo al retén, sin conocer a nadie. De todas maneras, a estas alturas, ya no hay muchas cosas que a él le importen.

Estoy cagado, el sólo pensar que estaré entre asesinos verdaderos, miserables llenos de odio contra todo lo que yo puedo representar, me dan ganas de pegarme un tiro. No creo que lo haga, desde chiquito tengo fijación por la muerte, pero no tengo la suficiente determinación como para embalarme por mi propia cuenta al abismo. Estoy esperando por el golpe. Sé que si Chávez se monta, me va a sacar de todo este peo, total, él quiso hacerlo en un momento. Yo sé que el pana Chávez me va a sacar y me dará algún puesto importante. Lo sé.

 

EL ANUNCIO

Estábamos peos y Miguel decía muchas vainas. Siempre decía pendejeras cuando se rascaba, pero esa noche, no sé, le dio por hablar de más. Empezó con que un tío abuelo de él y que estuvo cuando mataron a Delgado Chalbaud, que Delgado Chalbaud era compañero de armas de su tío abuelo y otras güevonadas que no me importaban un coño y de las que ya no me acuerdo. Lo cierto es que terminó diciéndome que tenía SIDA y que se iba a morir en cuanto lo agarrara una fiebrecita o una gripe. Yo me cagué: o es invento lo que está diciendo y éste tipo se volvió loco o se lo cogieron y es marico, y yo con ésos bichitos si es verdad que no quiero nada. Pero coño no, Miguel no podía ser marico. O sea que no quedaba otra, se había vuelto loco y estaba diciendo estupideces: La borrachera.

 

UNO NUNCA SABE

Para mí, en ese entonces, el SIDA era una vaina que sólo le daba a los maricos. Cuando Miguel me dijo, al día siguiente, que sí, que tenía la mierda ésa, no me dejó dudas: Miguel tenía que ser marico. Yo supe de un carajo que, coño, con una apariencia y un teatro por delante, hasta con jevas y todo andaba el tipo. lo habían pillado dando culo. Pero mierda, que Miguel, mi pana de siempre, resultara gay, esa vaina como que era demasiado densa para mi pobre entendimiento.

El sol estaba arrecho y hacía horas que la pea se nos había pasado.

 

LA EXPLICACION

Me estuvo explicando que no fuese tan obtuso, que qué bolas tenía yo creyendo que él era gay. Fue la jeva esa, la de Prebo, la putica que se la pasaba bailando todas las noches en Le Chat. La maldita esa se estaba muriendo en Caracas, en casa de una tía. Se lo habían dicho unas dos semanas atrás y Miguel no esperó mucho para hacerse el examen.

O sea que no era marico, pero como me dijo él, peor, porque se iba a morir.

 

UF, DE VAINITA

Cuando le dije que yo también me había cogido a la jevita esa, los ojos le brillaron. Qué desgraciado.

Cuando una semana después le conté que había dado negativo, fue como si le hubiese anunciado que no necesitaba morirse porque, de verdad, ya estaba muerto.

En un momento pensó que no importaba morirse si se moría acompañado. Decirle que no, que yo no me iba en el mismo bus que él al abismo, era decirle que estaba solo y que cualquier vaina que se le ocurriera por demostrar lo contrario era pura paja.

 

EL ABISMO

Pero, yo no sé qué es peor, si tener SIDA o haber matado a Carlos Andrés Pérez. No lo sé.

 

UNA HISTORIA

Miguel siempre decía que vivir en Valencia era la peor mierda que le podía pasar a gusano alguno. Coño, tenía razón. Por eso, cuando me echó el cuento de cómo fue que su familia, luego de ser de las de más caché de Caracas, se vino para acá, compartí sinceramente su arrechera.

El abuelo de Miguel era perejimenista, pero de los de verdad. El viejo era de esos esbirros que hacían cualquier mierda que se les pidiera. Resulta que el carajo bastante que jodió a un coñazo de adecos, y eso, cuando cayó la dictadura empezaron a pasárselo en la cuenta. El viejo se fue para el coño, para España creo. El papá de Miguel era apenas un chamo y le tuvo que echar bolas solo. El carajo no le paró a nada, sacó el bachillerato viviendo arremangado en casa de una tía y cuando lo terminó se fue para La Guaira a trabajar en los muelles. Allí reunió unos reales y con un amigo estableció una sociedad y montaron un barcito en Macuto. Lo demás es como las historias de comiquita, el carajo reunió más y montó otra vaina y así hasta que Carlos Andrés llegó a la presidencia y empezó a pasar factura: depinga, te ganaste el Kino güevón, yo me acuerdo de tu papá. El Gocho le hace una persecución, que si estás moroso con el fisco, que si tu registro es chimbo, que me caes mal.

Por último: cuento tres y no te veo. El papá de Miguel decidió embalar y venirse para esta mierda. Después de los dos infartos que le dieron, el pobre ya no tiene mucho ánimo para nada. La mamá de Miguel se fue con un carajito de 19 años y Miguel, coño, qué mala pata pana: SIDA.

 

INVITACION

Miguel me invitó ese día para el Intercontinental, le pregunté que qué coño íbamos a hacer ahí y me dijo que jugar tiro al blanco. No presté mucha atención al hecho de que cargara la pistola de su papá (otras veces la había llevado igual, sólo que sin balas y nada más que para echar vaina asustando a algunos panas gallos), pero esta vez era en serio.

Me dijo que ese día estaría el marico de Carlos Andrés dando una entrevista de lo más nice en la piscina del hotel. Tripeamos con la idea de ver al maldito ése en tanga. Miguel me convenció de vacilarnos al Gocho y darle un susto tipo fanático, que si asustarlo con la pistola y no sé qué. A mí no me hizo gracia la idea, pero cuando llegamos y vimos que la vaina era más pata ‘e bola que el coño y no había ni vigilantes ni guardaespaldas ni nada, entonces pensé que tal vez nos podríamos tripear una nota depinga dándole un susto al viejo ése, a lo mejor y salíamos en el periódico y todo como los bromistas del mes.

¿En dónde carajo teníamos la cabeza?

 

UNA POSTAL

La cara del Gocho cuando le pregunté si quería morir, era como para hacer una postal de esas que dicen «Venezuela, el secreto mejor guardado del caribe». El Gocho con la boca en forma de óvalo sin poder articular alguna palabra. Y cuando vio la pistola en mi mano, ni hablar. El óvalo de su boca se transformó en una de esas líneas de vida, toda irregulares, que aparecen en los electrocardiogramas. Pero el que más se cagó fui yo cuando vi al viejo ese desplomarse a la piscina, todo bañado en sangre. El plomazo no lo escuché. Lo único que recuerdo haber oído fue el sonido del Gocho cayendo de chapuzón. Lo demás es historia.

Miguel cagado de la risa. Era verdad que tenía SIDA y era verdad que se había vuelto loco.

Yo también me volví loco y ahora sólo espero por Chávez. Mi salvador. Sé que él llegará.